jueves, 30 de octubre de 2008

En 2 meses

Estos dos meses que han pasado desde mi último escrito han sido sufientes para darme cuenta de que gasté toda mi energía en mostrar esa "felicidad aparente" para que los demás me vieran bien y encima, me he quedado seco, seco. Estoy triste, estoy hundido, superado por todo, mi enfermedad me come. Hace un mes se confirmó que he recaido, y desde entonces los médicos se afanan en saber exactamente lo que ha pasado para ponerme el tratamiento adecuado para una enfermedad cabezona, resistente y que creo que no se va a marchar por mucho que se empeñen. Me han vuelto a quitar mi intimidad, en una habitación compartida de hospital donde igual te ven desbudo que tu ves desnudos a los demás, donde te miden lo que meas, las veces que vas al baño, etc. y donde te pasean en pijama de un lado para otro sin cesar y sin reparar por un momento en que te puede violentar mostrarte en paños menores al resto de la gente. Me sacan la sangre y juegan con ella no se bien para qué, y mientras lucho con mi falta de apetito y me muevo en el nauseoso mundo del vómito, se empeñan en darme medicinas para evitar lo que las propias medicinas han causado. Pastillas blancas, amarillas, naranjas, cuadradas, redondas, ovaladas, grandes y pequeñas, con inscripciones de todo tipo, "524", ¿qué será eso?, ¿lo ponen para ver el número de desgraciados que las toman, o las veces que las toma cada desgraciado? Es distinto que te digan que la cosa está muy negra cuando tu la ves aún peor, que que te digan que la cosa simplemente no se ve, porque cuando no se ve, cuando no hay luz, por lejos que esté, todo se torna muchísimo más complicado, tanto, que te dan ganas de hincar las rodillas en tierra. Es difícil asumir que te cuesta levantarte de la cama para ir al baño, o que te da miedo afrontar la ducha cuando estás sólo porque no sabes si serás capaz de llevar esa epopeya a su fin, porque creánme, ducharse puede ser una auténtica odisea. Triste y hundido, pero sobre todo cansado, cansado de que las cosas no funcionen, de que todo el mundo te diga que no pasa nada, cansado de mi mismo y de que mi cabeza sea una lavadora que tiene mucha ropa sucia que lavar y muy poco jabón para hacerlo. Pero en todo esto, como si fuera algo en lo que refugiarme para no tener frío y miedo, tengo a Ana, y pienso en ti, y por un momento me siento bien, y eso es bueno Podeís conocer a Ana, es la del vídeo (son 83MB y tardará, pero merece la pena)

martes, 7 de octubre de 2008

miércoles, 27 de agosto de 2008

Una mañana difícil, que afortunadamente durará poco


A veces me gustaría que mi vida fuese la de otra persona y no me perteneciera a mi. Me desconsuela y entristece pensar de este modo pero a veces es inevitable. Lamentablemente no está escrito en ningún sitio la cantidad de tragedia que uno puede soportar sin pedir auxilio, hasta qué punto podemos aguantar. En ocasiones la vida nos presenta una cara que no querríamos haber conocido, cuando parece que todo se pone oscuro y frío y empiezas a sentir un miedo y desamparo terribles. Pero se supone que la vida es eso, que uno tiene que estar preparado para la adversidad e incluso que tiene que hacer una lectura positiva de las cosas negativas que ocurren. Pero, ¿es infinita la capacidad de sobreponerse de las heridas que nos produce nuestro transitar por la vida?, seguro que no, pero también es seguro que unas personas tienen más que otras. Al final, el umbral hasta el que aguantamos y el tiempo que necesitamos para reponernos es el que es, y es difícil luchar por aumentarlo. Yo ahora estoy en esa tesitura, y me fastidia.

El caso es que hace mucho tiempo que dejé de hacerme preguntas como ¿porqué a mí?, o ¿por qué a mi se me niega la posibilidad de hacer esto a aquello?; si mi vida discurría por un camino repleto de satisfacciones y con un nivel aceptable de felicidad, en un momento cambió y empezaron a pasar cosas, pues bien, tampoco busco una razón para ese hecho, digamos, que esa primera fase está superada.

Ahora sin embargo, me hago otras preguntas, bastantes más preguntas. De una forma u otra, nuestro estado de ánimo o nuestro grado de “felicidad aparente”, influye en la gente que nos rodea de una manera significativa, tanto más cuánto más unión haya entre esas personas y yo mismo. Pues bien, tal y como empecé éste, llamemos “ensayo de descarga”, si quiero que mi vida sea la de otro porque no me gusta nada la mía, eso supone que estoy gastando una energía inmensa en tratar de eliminar ese tipo de pensamientos (pensamientos invasivos, según mi psicóloga) de mi cansado cerebro. No obstante, la cantidad de energía que dedico a tratar de que mi estado de ánimo y “felicidad aparente” esté en unos niveles suficientes para favorecer los de los demás, también es inmensa. Entonces, cuando estoy solo, no me queda más remedio que recargar esa inmensa*2 cantidad de energía de alguna manera, con lo que llegamos a una de las preguntas a que me refería empezando este párrafo: ¿cómo?.

Afortunadamente, al menos en tamaño y construcción, esta pregunta es bastante más sencilla que las de la primera fase.