miércoles, 27 de agosto de 2008

Una mañana difícil, que afortunadamente durará poco


A veces me gustaría que mi vida fuese la de otra persona y no me perteneciera a mi. Me desconsuela y entristece pensar de este modo pero a veces es inevitable. Lamentablemente no está escrito en ningún sitio la cantidad de tragedia que uno puede soportar sin pedir auxilio, hasta qué punto podemos aguantar. En ocasiones la vida nos presenta una cara que no querríamos haber conocido, cuando parece que todo se pone oscuro y frío y empiezas a sentir un miedo y desamparo terribles. Pero se supone que la vida es eso, que uno tiene que estar preparado para la adversidad e incluso que tiene que hacer una lectura positiva de las cosas negativas que ocurren. Pero, ¿es infinita la capacidad de sobreponerse de las heridas que nos produce nuestro transitar por la vida?, seguro que no, pero también es seguro que unas personas tienen más que otras. Al final, el umbral hasta el que aguantamos y el tiempo que necesitamos para reponernos es el que es, y es difícil luchar por aumentarlo. Yo ahora estoy en esa tesitura, y me fastidia.

El caso es que hace mucho tiempo que dejé de hacerme preguntas como ¿porqué a mí?, o ¿por qué a mi se me niega la posibilidad de hacer esto a aquello?; si mi vida discurría por un camino repleto de satisfacciones y con un nivel aceptable de felicidad, en un momento cambió y empezaron a pasar cosas, pues bien, tampoco busco una razón para ese hecho, digamos, que esa primera fase está superada.

Ahora sin embargo, me hago otras preguntas, bastantes más preguntas. De una forma u otra, nuestro estado de ánimo o nuestro grado de “felicidad aparente”, influye en la gente que nos rodea de una manera significativa, tanto más cuánto más unión haya entre esas personas y yo mismo. Pues bien, tal y como empecé éste, llamemos “ensayo de descarga”, si quiero que mi vida sea la de otro porque no me gusta nada la mía, eso supone que estoy gastando una energía inmensa en tratar de eliminar ese tipo de pensamientos (pensamientos invasivos, según mi psicóloga) de mi cansado cerebro. No obstante, la cantidad de energía que dedico a tratar de que mi estado de ánimo y “felicidad aparente” esté en unos niveles suficientes para favorecer los de los demás, también es inmensa. Entonces, cuando estoy solo, no me queda más remedio que recargar esa inmensa*2 cantidad de energía de alguna manera, con lo que llegamos a una de las preguntas a que me refería empezando este párrafo: ¿cómo?.

Afortunadamente, al menos en tamaño y construcción, esta pregunta es bastante más sencilla que las de la primera fase.